jueves, 12 de septiembre de 2013

Pasajer@s clandestin@s


¡Asombroso!
Espero un tren en el andén de Paseo de Gracia y oigo que desde los altavoces advierten que está prohibido atravesar las vías. Una advertencia que llevo años escuchando distraídamente... pero esta vez me sorprende, aunque quizá ya hace meses que el cambio se produjo y yo no lo había advertido..., desde el altavoz no se refieren a mí, a tod@s l@s que estamos esperando allí el próximo tren, como “señores pasajeros”, sino como “señores clientes “. La poesía del tránsito sustituida por la economía del mercado. Y, de inmediato, recordé la novela de Italo Calvino: Si una noche de invierno un viajero... ¿Debería llamarse, ahora: Si una noche de invierno un cliente? ¿Trataría, entonces, de un iracundo cliente estafado por un mal servicio de telefonía, de suministro de electricidad u otros? No, claro, el cliente ideal es el que gasta y no se queja. ¿Un cliente que compra un billete en Ave, clase preferencial? ¿Un cliente de un prostíbulo en la Jonquera? Siempre masculino, el cliente lo imaginamos comprando servicios, no importa de qué tipo, pero siempre gastando, la mano en el bolsillo, la billetera o la tarjeta de crédito. Siempre, el cliente evoca la inmediatez de una compra. El pasajero, que ha dejado de existir para Renfe (¡Oh, gestores de los servicios públicos que invaden y anulan, con sus planes de eficacia, hasta el espacio de nuestros sueños!) lo anunciaban como un hombre también, pero la libertad adquirida en las últimas décadas nos ha permitido, a las ensoñadoras féminas, aventurarnos en el viaje solitario...Y apenas decían señores pasajeros, ya nos transformábamos en pasajeras y nos dejábamos transportar por la niebla fecunda que envolvía la silueta despedida desde el altavoz. El viaje a lo desconocido comenzaba, valija en mano, no con rueditas -el ruido de éstas, al deslizarse sobre las imperfecciones de la calle, entorpece el hilo del pensamiento que divaga. Una bufanda roja al cuello protege a la pasajera de la humedad de la noche. Porque ella llega a una estación cualquiera, pero siempre de noche, y se dirige hacia una pensión barata, donde nunca estuvo antes. La calle que recorre está iluminada por una luz amarillenta, que llega desde un farol mecido por la brisa nocturna. Las gotas de humedad brillan sobre la acera. La pasajera les dedica un pensamiento, a la semejanza de las gotas de humedad con las gemas de un cristal de roca, donde subsisten y bailan arco iris. Otro pensamiento recorre los brotes que asoman entre las piedras de los muros, que conforman la escenografía donde la pasajera, que acaba de descender de un tren de la Renfe, se desliza para ir en busca de su Historia.
Desprendida del altavoz del Paseo de Gracia, que la nombraba con insistencia: “Señores pasajeros... ella y otros: palabras en busca de significados -sonidos evocadores- dejan el tránsito y van hacia sus destinos. La condición para que se realice la magia del relato es que alguien que escucha los recuerde en sus antiguas presencias. La pasajera, el pasajero, subsistirán aunque hayan sido momentáneamente suspendidas por la renovación del lenguaje impuesta por el gestor que cree -firmemente, porque así lo aprendió en la clase de marketing- que los clientes benefician y los pasajeros, esa identidad débil y evocadora (¿o débil por lo evocadora?), sólo puede perjudicar y dar pérdidas económicas. Precaución: señores pasajeros. Los clientes se yerguen desde los altavoces de todas las estaciones de la Renfe, dispuestos a gastar.
La batalla ha comenzado, silenciosamente, l@s pasajeros clandestin@s nos disponemos a imaginar viajes, a retornar a la estación de Italo Calvino y rehacer miles de veces su historia u otras: El tránsito, la perspectiva del encuentro, la mirada lenta son nuestras armas.

¡VIVAN LOS PASAJEROS, ABAJO LOS CLIENTES!

No hay comentarios:

Publicar un comentario