lunes, 5 de marzo de 2018

Caminito borrado por el tiempo


«Con sus conventillos típicos de chapa y sus paredes de colores, Caminito es un museo a cielo abierto», explica el blog oficial del gobierno de la Ciudad que promociona el turismo en Buenos Aires. Abajo, una foto multicolor ilustra lo que sería parte de uno de los barrios más típicos de la ciudad de Buenos Aires, la esencia de lo porteño: la calle Camito, en La Boca. Barrio nacido al borde del riachuelo, un brazo del Río de la Plata fue, y continúa siendo, receptor de migrantes desde finales del siglo XIX. La calle Caminito debe su nombre a la inspiración poética de Gabino Coria Peñaloza, autor de varios tangos que interpretaron cantores famosos como el mismo Carlos Gardel.


Caminito que el tiempo ha borrado... Así comienza la letra de la canción, pero el tiempo ha borrado mucho, mucho más de lo que imaginara Coria Peñaloza desde aquellos comienzos de siglo, cuando el barrio de La Boca comenzaba a poblarse de inmigrantes que bajaban de barcos abarrotados de humanidad expulsada de sus lugares de origen. Las guerras, la violencia y la represión, la pobreza endémica, la riqueza mal repartida obligaban, como hoy, a millones de personas a desplazarse en busca de un lugar en el mundo donde construir una vida digna. Allí, en La Boca se alojaban en esas viviendas precarias: conventillos (especie de patio de corrala) que los hacía diferentes a los conventillos de otros barrios. Estos tenían paredes exteriores y cubiertas de zinc que forraban las paredes de madera de la única habitación que compartía toda una familia. Algunos de estos se conservan más de cien años después, los que sobreviven están deteriorados y maltrechos, todos. Salvo los que sirven para fines turísticos.

La Boca y la promoción de Caminito como espacio turístico es una mentira más de esta Argentina que se quiere vender for export. En el barrio de la Boca, además de una clase trabajadora pauperizada y vecinos que se organizan, como en otros barrios de Buenos Aires, en toda clase de centros sociales y plataformas reivindicativas, hay también niñez abandonada, hay mafias que se reparten el espacio de venta de drogas, trata y prostitución. Y bandas que explotan esta miseria y la falta de recursos y de asistencia incrementada en estos últimos años de política neoliberal implementada bajo el rótulo de «macrismo». Caminito son solo 130 metros, y la alegría de las paredes pintarrajeadas de colores, que nunca fueron los originales del barrio, se concentran solo allí, en ese espacio para pasear turistas. Allí bajan a los guiris con cámaras de falocráticos objetivos colgados al cuello. Una pareja les baila un tango acrobático, de esos que se bailan solo para los turistas. Mientras, en una esquina, sobre un escenario improvisado, un cantante aburrido repite, cada vez que llega el autobús turístico, la letra de Caminito y los tres o cuatro tangos que repite en loop, cumpliendo un horario de atención al público que se pasea por la zona. La policía, con nuevo uniforme -camiseta bordó bajo un ostentoso chaleco antibalas ornado con tiras con los colores de la bandera- rodea las pocas calles aledañas que muestran los guías. No vaya a ser que les roben las cámaras o les tironeen los bolsos los desesperados que se ocultan en el barrio.

Hace solo un mes, un paseante estadounidense fue apuñalado por un joven para quitarle la cámara. El joven ladrón, de apenas 18 años, salió corriendo con la supercámara. Un policía de paisano le disparó varios tiros por la espalda. El chico murió. El turista fue llevado a un hospital donde se repuso de las heridas. El presidente Macri recibió al policía como a un héroe... La discusión sobre la seguridad y el «gatillo fácil» de la policía, que según estadísticas provoca la muerte de un joven cada 23 horas, produjo ríos de tinta una vez más.(Ver:https://www.pagina12.com.ar/99271-era-un-adolescente-y-ahora-esta-demonizado)


Para salvar los charcos depositados por la lluvia en las esquinas o en las aceras rotas, los vecinos habían puesto maderas. Yo iba haciendo equilibrio y saltando desniveles, con mi humilde camarita fotografiando el barrio, intentando no pasar por turista. Lo que fuera mercado municipal lo han transformado en una especie de cutre galería comercial donde se amontonan prendas de origen chino, expuestas sobre torturados maniquíes, todos femeninos, que podrían pasar por una instalación de museo de arte contemporáneo. Muchas casas están clausuradas, para que nadie las ocupe, con cemento que parece vomitado por un monstruo. Otras, mutilada su antigua arquitectura de casa fin de siglo. Las cornisas y medallones aplanados, las pilastras destruidas por una necesidad cualquiera, como bajar la altura de una ventana o la de una puerta para quitar la original y poner una de metal. Más allá sobresale una construcción levantada sobre un trozo de cubierta plana que fuera una terraza, o recorta un hall de entrada un pequeño comercio improvisado. Y en cada esquina basura y un perro que la olfatean con mirada triste y melancólica que parece suplicar una caricia. Mirada de perros mansos, como la gente misma, que busca la charla fácil también en cada esquina. De los patios y locales se asoman objetos inservibles, viejos y oxidados , como algunos de los coches que milagrosamente siguen circulando. Alguien se ha apiadado de uno de los perros callejeros, y en medio de la acera le ha construido una casucha, idéntica a algunas que improvisan los mendigos que abundan en esta ciudad. Mirando hacia el cielo, sorprende los cables y más cables de alumbrado eléctrico descendiendo enredados a la altura de las cabezas de las personas, enrollándose en las esquinas, penetrando en las casas en forma de madejas. Muchas de las cajas de la instalación eléctrica, y no solo en este barrio, despanzurradas, llevan un cartel con letras rojas impresas que advierte del peligro de tocarlas. Es esa toda la precaución que ha tomada la compañía eléctrica (privatizada) para subsanar su desidia, que incluye sorpresivos apagones. Diabólico urbanismo que caracteriza, como si fuera un diseño para pobres, los barrios humildes de Buenos Aires.

Casilla de perro o casa de mendigo, Buenos Aires
Pensaba en todo esto mientras paseaba por la Boca. Fue uno de los barrios iniciáticos de mi adolescencia, cuando iba por allí a escuchar las historias de los viejos anarquistas de la Federación Obrera de Constructores Navales. Largas horas compartiendo mate con ellos y revisando su biblioteca. Guardaba joyas como las obras completas de Freud en primera edición en español, detrás de unos armarios, altísimos, de puertas acristaladas y que ocupaban toda una pared. Conservo aún la Psicopatología de la vida cotidiana, que no me dio tiempo a devolverla. Aquella biblioteca como el local que la contenía, situado en la calle Pedro de Mendoza, desaparecieron en los años de la dictadura militar. Hoy ocupa el edificio una fundación privada de arte contemporáneo: PROA, que cuenta con el apoyo económico del grupo Techint, fundado  por el principal asesor siderúrgico de Benito Mussolini, Agostino Rocca. Quien, después de la Segunda Guerra Mundial, se trasladó a la Argentina, donde con capitales italianos y alemanes, retomó la tarea interrumpida por la invasión de los aliados1.

La Boca de aquellos años, los setenta, la que recuerdo, ya no existe más, el proceso de gentrificación se excusa también con proyectos culturales que ocupan la cara del barrio que da hacia el riachuelo: una vista excepcional para los grandes negocios inmobiliarios. Detrás de esa fachada, el hacinamiento y la pobreza de los nuevos moradores es aún más desesperante que la que vivieron aquellos inmigrantes de principios de siglo XX.

En el paseo, cortando el horizonte de una de las calles del barrio, me sorprenden unos enormes bloques de hormigón pintados de azul y amarillo. Es la cancha del club de fútbol más popular de la Argentina, el Boca Juniors. Recuerdo que me llevaron allí en una excursión escolar, íbamos a ver una exhibición de perros policías. A la salida una compañera, creo que se llamaba María Elena Riesco, la más linda y la más rica de la clase del colegio público de Floresta sur donde cursé la primaria, me regaló los cinco pesos que costaba el cucurucho de dulce de leche que ofrecía un vendedor callejero. Puedo aún evocar el placer con el que gusté la golosina. Al estadio no lo recordaba así: una especie de enorme monstruo de película japonesa que amenaza al humilde barrio que lo alberga. Metáfora de quien allí mismo se formó para lanzarse a la política: Mauricio Macri, presidente del club durante años. De allí salió para ser intendente de la Capital y ahora presidente de la República.

Mi amigo Carlos me guía hasta la Casa de los niños niñas y adolescentes del barrio de la Boca 2, un proyecto de educación en valores y en derechos humanos que coordina, desde hace más de veinte años, Ethel Batista. El edificio donde funciona fue un baño público. Pero hace varias décadas que dejó de prestar ese servicio. Fue un baño con unas instalaciones distribuidas en dos plantas y de una particular arquitectura. Uno de esos edificios públicos que se hacían cuando Buenos Aires pretendía ser una ciudad europea en América del sur. Allí, en ese lugar que hoy les queda pequeño, un grupo de personas extraordinarias, pacientes, cariñosas intentan dar calor y esperanzas, buen humor y color de verdad (no el falso maquillaje del Caminito turístico), a las criaturas y adolescentes del barrio que más lo necesitan. Un lugar donde crear, divertirse, aprender a compartir. «Y van llegando solos, no se les pide inscripción, ni que vengan acompañados de personas mayores. Prueban unos días y si les gusta se quedan. A algunos los envían de las escuelas con diagnósticos estigmatizantes dados por psicólogos, y aquí les decimos que nos olvidamos de todo lo que han dicho de ellos». Explica Ethel. «Hay quienes  al principio hacen kilombo, están acostumbrados a hacerlo, a rechazar todo y nuestra actitud, lo que ven aquí, los descoloca. No es una escuela, no es un club. Alguna vez nos preguntaron si queríamos poner seguridad, y dijimos que no, aquí no hay trabas de ninguna clase. Si se quieren ir, se van. Y si hacen lío, al otro día, organizamos una reunión y hablamos del tema. Son estrategias que vamos aprendiendo con el tiempo. Por ejemplo, si los llevo de excursión ̶ a veces voy con más de cien pibes ̶ , no puedo estar cuidándolos para que no se escapen. Yo camino, y ellos me siguen. Nunca se perdió nadie. A los egresados (con 17 años) les damos medallas, en los últimos egresos tuvimos que volverlos a incorporar, no se quieren ir y nos vimos obligados a abrir el grupo de nuevo. Cada chico nos plantea una forma diferente de proceder, no hay actuaciones protocolarias. Ante cada cuestión que surge repensamos actuaciones junto al chico, siempre con ellos. Este ambiente de reciprocidad les da la confianza para expresar sus propios problemas. Ellos mismos dicen que aquí explican  las cosas: Cuando yo te cuento lo que nos pasa, a vos se te llenan los ojos de lágrimas, me dicen. En cambio, cuando voy a la psicóloga ella no dice nada. Los pibes hablan a partir del vínculo que creamos. Un pibe trae a otro. Cuando faltan se habla con ellos. En las escuelas, por ejemplo, si hay inasistencias piden una carta de reincorporación hecha por los padres, cuando, muchas veces estos son analfabetos. Aquí los tratamos como sujetos, más allá de la edad (tienen entre 3 y 17 años). Lo que se intenta es darles un espacio en el que se sientan bien, seguros, donde conozcan sus derechos. Un lugar donde ellos estén más cómodos que en el bar, al que, por inercia, irían a parar cuando no saben qué hacer de su tiempo libre. Algunos de los que llegan padecen situaciones de abuso por parte de sus propias familias, son sobre todo los padres, los padrastros o los amigos mayores los abusadores. Cuando detectamos esto comienza un proceso muy largo y muy difícil. Trabajamos con criaturas que incluso han intentado suicidarse varias veces, los abusos sistemáticos provocan autoagresiones. A través de una de las chicas que venía aquí detectamos una red de proxenetas infantiles. Fue muy duro y tuvimos serias amenazas».

Interior de la Casa de niños, niñas y adolescentes en La Boca

Pregunto por los hogares para acogida de menores y si es solución ante situaciones como la que describe. Me señala a una de las chicas que forma el equipo. Ella, me dice Ethel, trabaja en un hogar de acogida, está desesperada, los chicos duermen en el suelo, faltan camas. Un ex-boxeador es el encargado de la vigilancia nocturna, la comida que les dan está podrida. Aquí, agrega, tenemos chicos muertos o accidentados todos los años, por múltiples razones: violencia policial, accidentes callejeros, incendios. Los incendios de los conventillos son frecuentes. Sí, se trata de esas viviendas que la página para atraer turistas describe como tan típicos y tan coloridos. Hubo ocho incendios en los últimos años, muchos provocados por venganza entre grupos que venden drogas, otros por especulación inmobiliaria, otros, vaya a saber qué...


Los incendios que menciona me explican la placa que había visto en la plaza donde se ubica el edificio de La Casa de los niños, niñas y adolescentes. Una placa casera y humilde, como lo son la mayoría de las placas e inscripciones que se esfuerzan en hacer presente la memoria de los desaparecidos y muertos por la violencia de las fuerzas represivas, desde los años de la dictadura militar a nuestros días. Allí se recordaba a «Loquiyo» [sic], uno de los chicos de la esa Casa muerto en un incendio.

Hoy, mientras escribo todo esto, escucho, por casualidad, una entrevista en Sur capitalino 3: Los vecinos de La Boca denuncian que un solar, dedicado a uso público, fue comprado fraudulentamente por el poderosísimo club de fútbol Boca Juniors. Han comenzado a vallar el lugar y pondrán vigilancia privada. El terreno estaba reservado para la construcción de vivienda social, se hicieron unas cuantas, pero el proyecto se detuvo y los vecinos lo ocuparon para recreo del barrio. Parece que el club de fútbol planea construir un shopping. ¿No suena todo esto a algo muy cercano? A lo que está pasando en el barrio del Raval de Barcelona, por ejemplo.

Espacio público recientemente vallado en el barrio de La Boca
Macri, que dirige al país con la misma mirada con la que fue presidente del club Boca Juniors, «Ojos de hielo» (como lo llama mi amigo Carlos), es reconocido por sus declaraciones donde hace gala de su escaso don de empatía, que lo lleva a sentirse orgulloso de lo único que «es»: descendiente de europeo. Hijo de un italiano del que ha heredado el arte de hacer negocios y aumentar sus finanzas de manera poco escrupulosa. Su discurso, el de la «europeidad» de sí mismo y por extensión del país que representa, es la consigna que cacarea él y sus ministros como valor supremo y garantía de honestidad, cuando intentan vender al país para lograr inversiones. Inversiones en las que ni ellos mismos creen, pues acostumbran a llevar sus fortunas hacia pequeños países donde la tienen a buen recaudo y con la seguridad de que se vaya multiplicando. Discurso también con el que justifican la represión de los pueblos originarios, que serían los extranjeros que querrían llevar al país al caos, en complicidad con los «grasas» (las clases populares) que se oponen a la aplicación de una política depredadora de personas y territorios.

Es divertido esto de llamar grasas a quienes viven en los barrios populares y/o a quienes se movilizan para defender sus derechos y su dignidad. Macri usa la metáfora de oponer la grasa a la necesidad de muscular al país. Y yo, que ahora estoy paseando por Buenos Aires, observo a los que salen a muscularse al atardecer por los barrios finolis. Corren calzados de las New Balance, shorts y las camisetas de marca que cubren sus cuerpos tostados por el sol de las playas, de las que acaban de regresar, luego de sus largas vacaciones. Corren todos, de todas las edades. Corren por la exquisita Avenida del Libertador, bordeando Plaza Francia, o por la exclusiva Figueroa Alcorta. Claro que después de escuchar los objetivos marcados por Macri me doy cuenta de por qué corren con tanto entusiasmo. Están musculando al país en contra de los grasas que se hacinan en las barriadas populares, de las familias que viven en la calle, o los que duermen echados en la vereda el sueño del «paco» o del vino de cartón. Corren para muscularse contra los grasas a los que les han quitado el trabajo o cerrado la escuela, o les han dejado sin los subsidios por invalidez, o les han cerrado los centros de investigación. Quizás, dentro de poco, tengan que correr para no ser alcanzados por ellos.
Avenida del Libertador al atarceder, en Buenos Aires


1Ver artículo de Horacio Vertbisky en: https://www.pagina12.com.ar/60603-de-mussolini-a-forbes.
2http://cnyalaboca.blogspot.com.ar/. Consulta electrónica: 2 de marzo 2018. 3https://www.surcapitalino.com.ar/detalle_videos.php?Id=12.

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